21 marzo 2010

Un domingo a la nada


Buscando recuerdos nuevos, sin pretender nada ambicioso, sólo algo que me permitiera distinguir este insulso domingo de los otros, decidí salir a pasear el perro. Lo único extravagante es que no tengo ningún animal de esos.

Así que bajé a la calle contento de no tener un bicho y tener que pasearlo, porque más bien me saqué a mi mismo a pasear, que tengo mis necesidades como cualquier animal. Llevaba una bolsa de plástico claro, para recoger mis excreciones si las hubiera. Los chicos del parque reían y fumaban porros distendidos, se notaba la llegada de la primavera y el clima acompañaba a echar unas horas más en el cesped, las señoras y señores paseaban a sus perros reales caminando como ausentes, lánguidos, ralentizados, demasiado lentos pensé. Al llegar al bar de chinos y comprar tabaco me costó que me hicieran caso para encender la máquina, no los entendía pero creo que me decían algo de que me estaba volviendo transparente. Me pareció una profunda estupidez porque los que se volvían transparentes eran ellos.

Cuando salí a la calle se me quitaron las ganas de seguir paseándome, así que me volví a casa. A penas se veía gente e incluso los chicos del parque se veían borrosos, como transparentándose también. La gente está cada vez peor pensé, a lo mejor son chavales chinos, o gitanos paquistaníes, o patatas con ojos que sudan humo. Fatigado ya y deseando llegar a casa lo antes posible, empezó a ocurrir algo extraño. Mis piés se despegaron mágicamente del suelo, lentamente, como si pudiera volar pero al revés, porque no es una sensación de subir tú mismo sino como si bajaran el mundo mientras tú estás completamente quieto. Me alegré porque llegaría antes a casa, vivo en un último piso e iba directamente a él.

Al llegar a la ventana de mi dormitorio intenté frenar pero no se paraba el mundo de mover, me preparé para el golpe pero este no ocurrió. Simplemente atravesé la pared de ladrillo cara vista y doble aislante. Al contrario de lo que todo el mundo piensa, cuando atraviesas un material sólido, no ves las partículas de éste por dentro con sus detallitos y ese sonido como de flussh busssh, al contrario, no se ve ni se oye absolutamente nada. Deberían hacer mejor las películas y dejarse de tanta mamarrachada.

Ya en el pasillo dudé entre si ir primero a la nevera o a echar una meada, que con tanta cosa rara al final me olvidé de hacer mis necesidades en el paseo. Hice todo a la vez porque mi cuerpo se partió, el pene fue al retrete y mi boca a la nevera, el resto del cuerpo se desperdigó en otras diversas tareas, como una mano al mando de la tele, los pies a ponerse las zapatillas... era genial lo que me estaba pasando. Pero cuando llegó mi boca a la nevera no pudo morder el chorizo, lo atravesaba como todo lo demás. El orín que salió del pene tampoco era sólido así que atravesó con fuerza la taza, los baldosines del suelo, el bote sinfónico, a la vecina del 6º que estaba cagando, luego todos y cada uno de los pisos hasta llegar a los sótanos, el túnel del metro, el centro incandescente de hierro fundido de la tierra, y así sucesivamente hasta atravesar nueva zelanda y perderse por el espacio infinito hasta el fin de los días.

Ya no me gustaba tanto lo que me ocurría, sobre todo porque empecé a desintegrarme en miles, millones de partículas, difuminándome transparente hasta no llegar a ser más que una masa de aire incoloro, inoloro y otras cosas chungas que no tienen nada que ver con un ser humano.

Ahora soy una corriente de aire que vaga por los rincones del universo. No veo nada, no oigo nada, no soy nada. Sólamente existo sin mi. Finalmente sí que conseguí recordar aquel domingo.




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