12 enero 2009

La tía Venancia y la niña estrella

Llegué aún pronto al pueblo, la tenue luz de la media tarde nublada de octubre era ciertamente agradable, porque había llovido bastante por el camino y pensaba que llegaría a oscuras. Me gusta el olor a tierra mojada, sobre todo cuando hay pinos cerca. Uno de los mejores olores que existen son las hojas de pino húmedas y por eso hacen ambientadores para el váter con esa temática, la opción limón también está bastante bien pero yo prefiero el sucedáneo químico de pino. Es curioso, tapar la mierda con cosas bonitas es de las mejores cosas que sabe hacer el hombre moderno.

Una vez dejé el coche y eché un vistazo a la casa me fijé en cómo había crecido la vegetación del patio, parece que haya estado lloviendo semanas, pensé. Fue entonces cuando ví a la tía Venancia asomándose a la puerta del corral de su casa. Me saludó así que me dirigí a cumplir con el obligado protocolo de charla y reporte al vecino después de cualquier viaje. Nunca lo había pensado antes, pero ¿por qué en los pueblos toda la gente mayor son tratados como "tío" algo o "tía" tal? si yo no soy familia de esa señora. Al acercarme me fijé en lo agradable que es pisar la tierra mojada, las ramas y hojas mezcladas con la tierra hacen como un ruido sordo y mullido, no se hace barro, no resbala y dan hasta ganas de andar más despacio para recrearse en el sonido y en ese ligero hundimiento del pié al apoyar el talón... es como andar por una moqueta, una moqueta casual que nos tiende la naturaleza.

La tía Venancia tiene ya muchos años. Ha vivido una guerra y sabe lo que es padecer, tiene una de esas caras entrañables con las que nos identificamos de pequeños, una de esas que puede hacer sonreir a un niño durante horas sin saber por qué. Pero hoy estaba diferente. Normalmente lo único que me hace dudar de la ternura de su rostro es un gesto muy suyo al torcer la boca, a veces aleatoriamente muestra un par de dientes negros y retorcidos que según la luz podría dar hasta miedo. Pero hoy no era eso, hoy tenía la piel diferente, como muy ... tersa, limpia... joven.

- Buenas Tardes tía Venancia, ¿cómo anda usted hoy? - amablemente pregunté.
- Estupendamente hijo, estoy muy contenta con la extraña lluvia de estas útimas semanas, mira cómo tengo el corral... da gloria verlo, lo crecidos que están los lirios y las adelfas. - La entusiasmada anciana contestó.
- Ya veo ya, sí que está todo frondoso. Da gusto verlo así, que ya estaba bien de tanta sequía y tanto color véis y tanto polvo.

No pude aguantar más, la curiosidad me venció. Tenía que preguntarla por su extraño aspecto:
- Y dígame Venancia, ¿cómo es que tiene tan buen cutis hoy? acaso ha ido al esteticién de la Marisa?... porque la veo con 30 años menos.
- Ay hijo, ya será menos, que soy vieja pero no boba -entre risas nerviosas y un leve rubor en su brillante piel impoluta, todavía la hacía verse más extraña, casi inquietante.
- Tengo un secreto que no se si decirte - dijo tía Venancia .
- Pues cuente tía Venancia, cuente, sus trucos de belleza estarán a salvo conmigo. Aunque si sigue rejuveneciendo así lo mismo la saco al baile esta noche en la kermés. -dije con un tono cercano y socarrón a ver si la mujer se animaba a revelarme el misterio de su increíble apariencia.-
- Pues verás hijo, con estas lluvias raras empezó a crecer una niña estrella entre las adelfas. Al principio fue chocante porque no sabía lo que era eso- Me decía mientras me llevaba tirando de la manga hacia el seno de las adelfas...

No comprendí qué era eso hasta que me agaché. Era una estrella de mar tamaño volante de autobús, cuatro puntas de carne humana y una quinta que no era tentáculo sino cabeza de niña. Fría, inmóvil e inexpresiva me miraba profundamente a los ojos, esa cosa estaba viva. Paralizado por lo irreal de lo que estaba viendo sólo pude escuchar decir a la vieja:
- Descubrí al intentar sacarla con el azadón que si le cortas una extremidad le crece otra, y como tiene una piel tan suave y bonita probé a arrancársela y ponérmela yo. ¡Imagina cuando me di cuenta que mi piel la asimila como si fuera una crema! La cosecho todos los días como si fuera una coliflor, ¡ni la Marisa ni ná, la niña estrella es la que me ha quitado 30 años de encima!.

Un tremendo escalofrío recorrió mi espina dorsal, me empecé a encontrar sumamente mareado y tuve que echar a correr. Ya no notaba lo agradable de pisar la asquerosa tierra mojada de la madre naturaleza.






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